La simiente de la mujer, María, se refiere al Cristo encarnado que llegó a ser hombre perfecto, para vencer a Satanás, el pecado y la muerte, efectuando la redención jurídica. En resurrección llegó a ser el Espíritu vivificante para hacernos hijos de Dios orgánicamente. Hiere la cabeza de la serpiente en nosotros, mediante la aplicación de la sangre del Cordero, el hablar la palabra de nuestro testimonio y menospreciar la vida de nuestra alma hasta la muerte (Ro 8:2; Ap 12:10-11; Hch 1:8). Así nos salva de manera completa y nos convierte en la simiente corporativa de la mujer para introducir la manifestación del reino de Dios (Ap 12:5).
Esta simiente corporativa incluye al Señor Jesús como cabeza, centro, realidad, vida y naturaleza del hijo varón, la parte fuerte de la mujer. El Señor, como principal vencedor, es la cabeza, centro, realidad, vida y naturaleza de los vencedores. En la cruz, el Señor destruyó al diablo (He 2:14) y deshizo sus obras (1Jn 3:8) y fue sembrado en nosotros como semilla (Mt 13). Esa simiente vencedora en nosotros nos hace vencedores, al ser fortalecidos diariamente en nuestro espíritu para experimentar las riquezas de Cristo y ser vestidos de Cristo como la armadura de Dios, recibiendo la Palabra con toda oración.
La simiente de Abraham, el patriarca del pueblo escogido se refiere al Cristo resucitado, quien es el Espíritu vivificante (1Co 15:45) e intensificado, es decir, el Dios Triuno consumado. Este Cristo es el descendiente transfigurado de Abraham, quien es el Dios Triuno consumado (Ap 1:4, 4:5, 5:6), para impartirse en los creyentes de Cristo como la bendición suprema, quien es la la realidad de Cristo (Ga 3:14; Jn 14:17-20). De este modo, llegamos a ser la simiente corporativa de Abraham, aquellos que puedan recibir y heredar el Espíritu consumado.
La bendición de Abraham, físicamente, fue la buena tierra (Gn 12:7; 13:15;17:8), la cual tipifica a Cristo. Hoy Cristo es, espiritualmente, nuestra buena tierra: Dios mismo, corporificado en Cristo y hecho real a nosotros como el Espíritu para nuestro disfrute. Hemos de tomarlo y experimentarlo como nuestro todo. Podemos recibirle diariamente teniendo oídos para lo que el espíritu dice a las iglesias (Ap 2:7) y siendo uno con Cristo, amándolo hasta lo sumo y tomándole como nuestra consagración absoluta, permitiéndole abrir nuestros ojos para servir a Dios en nuestro espíritu en el evangelio de Su Hijo.
La simiente de David, el fundador del reino de Israel se refiere igualmente al Cristo resucitado, que se imparte en Sus miembros para introducir el reino, que ellos lleguen a reinar en vida y participen del reino a fin de ser victoriosos con miras al señorío de Dios. El Señor de David en Su divinidad (la Raíz de David), se encarnó y llegó a ser el hijo de David, en Su humanidad, e Hijo Unigénito de Dios. En Su muerte, Él nos reconcilia con Dios y en Su resurrección llega a ser el Hijo primogénito de Dios que nos salva en Su vida, de manera orgánica, con miras a la expresión de Dios. Llegamos a ser la imagen corporativa de Dios. Esta salvación completa se experimenta en el Cuerpo para la edificación de las iglesias locales que serán consumadas como la Nueva Jerusalén.
Disfrute de la PSAM Estudio de Cristalización del Evangelio de Dios, semana 2.
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