lunes, 30 de mayo de 2011

Y Algunos creían en Jesús

Allá por Octubre de 1997 mi clase de 45 estudiantes y yo estábamos a sólo 8 meses de graduarnos de nuestra licenciatura. Entonces teníamos largas noches de estudio e investigación, procesamiento de datos, ejercicios de gramática, proyectos de mejoramiento de la enseñanza teórica, libros de referencia, textos sobre corrientes de crítica literaria, horarios apretados, diagramas de fonética, estadísticas… La universidad era un hervidero de actividad política, científica, cultural, administrativa y coordinación de diversas conferencias y tutorías, y nosotros también. Si se nos miraba en aquella época podría pensar que eso era todo cuanto estaba ocurriendo allí, pero no, eso era todo sólo en la superficie. De hecho, algo escondido pasaba, que era muy real y convincente, aunque no demasiado evidente o ruidoso.
Cada cierto tiempo, entre nosotros algunos comenzaban a ser diferentes. No era un cambio masivo o grupal, sino personal. Entre estos que estaban cambiando habían grandes diferencias en cuanto a cualidades, entorno familiar, carácter, trasfondo, gustos e incluso edad. Eran profesores, becarios y estudiantes. Provenían de diferentes sitios y eran originalmente ateos, agnósticos, espiritistas, animistas o hasta algún cristiano nominal. No había patrón alguno apreciable, excepto el de estar en el entorno universitario en ese momento. Siempre que yo intentaba averiguar qué pasaba, recibía respuestas similares: “He creído en el Señor Jesús… ahora soy salvo” (Tito 1:19). La mayoría usualmente se burlaba y los calificaba de tontos (2P 3:3) o… Sin embargo, había tres asuntos muy claros que no podíamos ignorar. Ellos, en realidad, habían cambiado, desde dentro. No tenía que ver con ropas, peso corporal, gestos o maquillaje. El problema era que sus hábitos, comportamientos, opiniones, prioridades no eran los mismos (Ex 33:16) y, siendo neutrales, el cambio siempre era para mejor. Los demás no podíamos comprender. Ellos parecían de alguna manera saber lo que querían y hacia dónde se dirigían. Había un peso en ellos y un cierto tipo de satisfacción que era muy misterioso.
Lo que pasaba era que el Señor estaba produciendo un remanente y estaba cuidando bien de estos chicos en aquel medio (Ro 11:5). Hoy puedo ver que el evangelio estaba siendo predicado y muchos estaban orando por nosotros, aunque no éramos conscientes de eso.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡El Dios de paz nos muestre a todos Su misericordia!