Fue mi abuela la primera hermana que me mostró a Cristo en su diario vivir (1Tim 3:15). Con ella fui a mi primera reunión cristiana y conocí personas salvas. Ella pasaba tiempo en la oración y la Palabra cada día. Yo pensaba que ese libro que leía debía ser maravilloso (2Tim 3:16) porque parecía bastarle y satisfacerla. Ella marcó profundamente mi niñez. Cuando finalmente fue a reunirse con el Señor, ya yo era un cristiano que servía a Dios.
Una segunda hermana me predicó el evangelio y a varios de mis amigos. Me habló directamente de parte del Señor de mi necesidad del Señor y me invitó a recibir al Señor como mi salvación (Mr 16:15). Quedé impresionado. Escuché la Palabra de Dios, creí y recibí al Señor.
Años después, el Señor me cautivó completamente y me llevó de regreso a Él (Lc 15:20), principalmente mediante otra querida hermana. Yo había orado la noche anterior en mi habitación: “Señor Jesús, sálvame y sáname para servirte. Por favor, Señor, mira en la situación en que estoy…” Él fue tan dulce esa noche. Lo experimenté y disfruté de manera especial. Cuando terminé de orar sentí una paz y un gozo tan profundos que ni siquiera sabía que era posible. A la mañana siguiente, fui a casa de esta hermana y su esposo. Ellos dejaron todas las tareas de ese día para escucharme, orientarme y servirme. Oramos mucho juntos, me abrieron la Palabra en la Biblia, me respondieron pacientemente innumerables preguntas; me compartieron algunas de sus experiencias con el Señor y me hicieron algunas sugerencias prácticas. Cristo fue muy real y poderoso ese día. Desde esa mañana la Palabra de Dios fue rica y disfrutable (Jer 15:16). Junto a la oración, llegó a ser mi principal ocupación (Ef 6:18). Yo quería terminar cualquier otra cosa para regresar a la oración y la Palabra. Esta hermana (y su esposo) me cuidaron tiernamente y oraban conmigo a diario. Me animaban, me aconsejaban y me requerían. Nunca dejaron de ser estrictos en sus indicaciones, pero nunca como enseñoreándose, sino en amor (Ef 4:16).
La tercera hermana que Dios usó me introdujo en la experiencia de la vida divina. Me mostró la visión del ministerio de la economía neotestamentaria de Dios que edifica la iglesia (1Tim 1:4) -plenitud (Ef 1:23), expresión y extensión de Cristo- que consumará en la Nueva Jerusalén (Ap 21:1-3). Con su ayuda comencé a aprender a ejercitar mi espíritu para contactar al Señor, Quien es el Espíritu vivificante, procesado, vivificante y todo-inclusivo, principalmente al invocar Su nombre y al orar-leer Su Palabra.
Hubo muchos hermanos que también me trajeron la porción de Cristo en su momento, pero cada vez que el Señor quiso comenzar una nueva etapa en mi experiencia y disfrute de Él, colocó una hermana junto a mí, y Él fluía con abundancia.
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¡El Dios de paz nos muestre a todos Su misericordia!