lunes, 30 de mayo de 2011

Enseñado, guiado, cuidado y adiestrado por hermanas

Fue mi abuela la primera hermana que me mostró a Cristo en su diario vivir (1Tim 3:15). Con ella fui a mi primera reunión cristiana y conocí personas salvas. Ella pasaba tiempo en la oración y la Palabra cada día. Yo pensaba que ese libro que leía debía ser maravilloso (2Tim 3:16) porque parecía bastarle y satisfacerla. Ella marcó profundamente mi niñez. Cuando finalmente fue a reunirse con el Señor, ya yo era un cristiano que servía a Dios.
Una segunda hermana me predicó el evangelio y a varios de mis amigos. Me habló directamente de parte del Señor de mi necesidad del Señor y me invitó a recibir al Señor como mi salvación (Mr 16:15). Quedé impresionado. Escuché la Palabra de Dios, creí y recibí al Señor.
Años despuésel Señor me cautivó completamente y me llevó de regreso a Él (Lc 15:20), principalmente mediante otra querida hermana. Yo había orado la noche anterior en mi habitación: “Señor Jesús, sálvame y sáname para servirte. Por favor, Señor, mira en la situación en que estoy…” Él fue tan dulce esa noche. Lo experimenté y disfruté de manera especial. Cuando terminé de orar sentí una paz y un gozo tan profundos que ni siquiera sabía que era posible. A la mañana siguiente, fui a casa de esta hermana y su esposo. Ellos dejaron todas las tareas de ese día para escucharme, orientarme y servirme. Oramos mucho juntos, me abrieron la Palabra en la Biblia, me respondieron pacientemente innumerables preguntas; me compartieron algunas de sus experiencias con el Señor y me hicieron algunas sugerencias prácticas. Cristo fue muy real y poderoso ese día. Desde esa mañana la Palabra de Dios fue rica y disfrutable (Jer 15:16). Junto a la oración, llegó a ser mi principal ocupación (Ef 6:18). Yo quería terminar cualquier otra cosa para regresar a la oración y la Palabra. Esta hermana (y su esposo) me cuidaron tiernamente y oraban conmigo a diario. Me animaban, me aconsejaban y me requeríanNunca dejaron de ser estrictos en sus indicaciones, pero nunca como enseñoreándose, sino en amor (Ef 4:16).
Hubo muchos hermanos que también me trajeron la porción de Cristo en su momento, pero cada vez que el Señor quiso comenzar una nueva etapa en mi experiencia y disfrute de Él, colocó una hermana junto a mí, y Él fluía con abundancia.

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